domingo, 10 de abril de 2011

No alcanzan las tribunas...

No alcanzan las entradas...

River


Ah, me olvidaba. Batista, Funes Mori es argentino.


Edito, ya salido del frenesí (?).

Que lindo gritarle el gol a Banfil, que vino a hacer tiempo y a rascar el empate. Que lindo que el gol fuese una patriada de Almeyda, minutos después de que los muchachos estos le pidieran "jubilación". Que lindo Erik llevándose la pelota a un rincón y aguantándola... hacer tiempo, pero lícito. Que lindo que sobre el final de todos los partidos, a la contra le rajen un jugador porque no le puede sacar la pelota a River.

Crítica. Las canciones autorreferenciales de la barra me tienen podrido. Quiero escuchar canciones de aliento al equipo, no a la hinchada. Y quiero que River no le cante a Pavone como si fuese Almeyda. Pavone no es ídolo, y ni siquiera hizo muchos goles. Ojalá los haga, pero no los hizo. No hagamos canciones sobre la hinchada, eso es para la bosta. No tengamos de ídolos a delanteros que no hacen goles, eso es para rasin. Esto es River, viejah.

El equipo juega mal, pero a diferencia del torneo pasado, sabe a lo que juega. O más bien, no juega mal... es una baliza. Prende y apaga, va y viene. Cuando se enchufa, juega un fútbol de altísimo vuelo, y hace los goles más lindos que vimos en los últimos años (vide Ferrari la fecha pasada, Lamela a Colón, Lamela a Huracán, etc.). Y cuando se apaga, parece nuestro equipo de gordos de fútbol cinco. Pero bueno, son los riesgos de que crear juego sea responsabilidad de los pibes.

El Coco está cada día menos lagunero, y cuando aparece el equipo juega a otra cosa. Ojalá se quede un torneo más, aunque parece imposible. Con la cabeza fuera del promedio, algún refuerzo como la gente (retener a Pavone, traer un nueve goleador y algún volante por afuera) y con JJ animándose a un poco más, por ahí volveríamos un poco al River que todos extrañamos.

Mención aparte para Almeyda y Acevedo. El primero, como siempre, un león. El segundo, que ya había tenido buenos rendimientos, se recibió en este partido.

Pero la verdad, este River da seguridad. Hace dos o tres partidos que no miro la tabla de abajo. Hace cinco o seis que empecé a mirar con cariño la de la copita (con minúscula), y tal vez, en cinco o seis partidos, pueda mirar la del campeonato. Ojalá que sea, y jugando bien.

martes, 29 de marzo de 2011

¿Despertar?

El mundo es gris, es encierro, monotonía. Los días pasan y pasan, sin prisa, pero sin pausa. Sobre todo, sin cambio. Día y noche, explora sus opciones sin éxito. Pero no importa hacia donde se mueva: adelante, atrás, izquierda, derecha... todos los senderos los llevan al mismo lugar. Reza. Espera, con desesperación pero sin esperanza, que el destino le regale algo distinto. Algo nuevo.

El mundo se transforma ante sus ojos. Es un caleidoscopio... brillante, infinito. Se le ofrece, virgen, en incalculables formas y colores. Es el que siempre fue, pero al mismo tiempo nuevo, desconocido. Sale de su encierro y levanta vuelo. Con el ímpetu de quien esperó por años la oportunidad, se lo lleva por delante. Lo prueba, lo explora, lo disfruta, lo explota. Aprovecha al máximo todo lo que éste le regala. Se anima a vivir de verdad, quizás por vez primera. Agradece.

En los colores que anhelaba, que veía brillantes, ahora encuentra monotonía. En las formas, homogeneidad. Lo que alguna vez soñó, libertad, vida, ahora lo tiene. Le resulta indiferente. Se sabe dueño del mundo. Orgulloso, levanta la cabeza y se desentiende. Sabe qué debe hacer, pero desdeña.

El mundo se vuelve vértigo, nausea. Mira a su alrededor desesperado, sin entender. Nada tiene sentido. ¿Por qué a él? ¿Por qué ahora? Maldice al cielo. Maldice a quien lo sacó de su ¿injusto? encierro. Maldice cada imagen que pasa por su cabeza. El mundo es ahora duda, llanto. Es arrepentimiento, rezo. Ofrece su alma. Ruega perdón a los dioses que desafió -¿por última vez?- momentos antes. No le responden. Al fin, entiende las consecuencias de sus actos irreflexivos. Entiende que tuvo el cielo, el viento, el mar, y eligió la nada. El momento llegó, inexorable, casi sin avisar. ¿O acaso le había avisado a gritos, pero él no supo escuchar? Acepta su suerte y se entrega a la caída.

Ícaro

Dédalo lo vio desplomarse, en cámara lenta, hasta chocar contra el mar. Desvió la vista y, llorando de impotencia, siguió su vuelo hacia Sicilia.