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jueves, 6 de enero de 2011

Gracias

Ariel Ortega


sábado, 1 de mayo de 2010

De realidades, recuerdos y leyendas

Después de dos días agotadores a puro café, con apenas una nube de tres horitas de sueño de por medio, acabo de volver de la cancha.

Si bien en parte se las atribuyo al cansancio que arrastro, que me nubla un poco todo, hoy tuve algunas sensaciones curiosamente oníricas.

Hoy River jugó al Fútbol, por lo menos, una hora. River, Fútbol... River y Fútbol son dos términos que, en el último tiempo, parecen ser asociables únicamente en sueños. Porque como usted sabe, doña, el fútbol son 22 tipos y una pelota, pero el Fútbol es otra cosa.

En ese marco, a esta altura, borgeano, hoy vi como un tipo de treinta y tantos años, de cara más o menos conocida, se transformaba en uno de veintipocos. Haciendo uso de esa (lícita?) ventaja, con sus pulmones, piernas y magia de 20, limpió muñecos como los limpiaba una década atrás. A ver si lo ubica... Se acuerda de aquel jujeño fantástico que supo cargar la diez del equipo más grande de la Argentina, lo que le valió la entrega indiscutida de la diez de la Selección Nacional? Ariel, dicen que se llamaba.

Aquel equus africanus asinus, que desfiló la diez de nuevo hoy, y mostró un destello de ese faro de luz, que llevaba como estandarte hace unos años atrás.

Y qué hizo? En primer lugar -es cierto que no es algo suyo propio, ni único en el mundo- pero supo llevar el esférico pegado al pie, y acomodarlo donde quiso, cuando quiso. También es de destacar que, en general, quiere en lugares interesantes, porque tiene otra de las características de los grandes: una visión de juego que pareciera de espectador externo, más que de protagonista.

Pero tiene, sí, una característica que lo hace único, distinto.

Cuando lleva la pelota, pareciera que los que lo siguen o lo enfrentan, lisa y llanamente, no entienden de dónde viene ni a dónde va. Es puro engaño, pura mentira... le da una única seguridad: todo lo que parece, no es.

Cuando uno ve como se mueve, tiene la sensación de que algo anda mal. No sabe si, como en mi caso, es el cansancio, si son los ojos que necesitan un oculista, si es un humo de bengala que lo tapa y no permite distinguirlo bien. Pero sabe que, en eso que está viendo, hay algo que no se ajusta a los parámetros racionales de la realidad.

Sabe, en mis alucinaciones de hoy, a qué me hizo acordar éste muchacho? Vio cuando uno va a bailar (uno no, los jóvenes), y le ponen esa luz blanca y negra? Si uno se mueve rápido, los cuadros de movimiento -en el sentido fílmico- que se pierden en el "momento negro" dan la sensación de que, en realidad, todo está quieto, pero en otra posición. El objeto que se mueve simplemente desaparece por un momento, para reaparecer en un lugar distinto, en una postura bizarra. Y así, produce esa sensación de que el tiempo se paró, y que uno se atrasó un par de segundos.

Los pobres pibes del Fortin, hoy sufrieron ese efecto potrero en carne propia. Cada vez que Ariel encaraba uno, con esa cintura genéticamente desarticulada, le hacía sufrir uno, dos, tres "momentos negros". Y claro, el pibe no sabía que hacer.

Pero el tigre, que es un tipo sabio, sabrá que contestarle al pibe cuando, esta noche, o mañana, le pregunten qué hay que hacer cuando pasa algo así.

Y seguramente le diga "No hay que hacer nada, muchacho, hay que disfrutarlo. Lástima que se despertó justo jugando con vos, pero por lo menos vas a poder contarle a tus nietos que, una vez, lo intentaste marcar."

Gracias Burro, por hacer que hoy me duela hasta la última fibra de la garganta.