martes, 29 de marzo de 2011

¿Despertar?

El mundo es gris, es encierro, monotonía. Los días pasan y pasan, sin prisa, pero sin pausa. Sobre todo, sin cambio. Día y noche, explora sus opciones sin éxito. Pero no importa hacia donde se mueva: adelante, atrás, izquierda, derecha... todos los senderos los llevan al mismo lugar. Reza. Espera, con desesperación pero sin esperanza, que el destino le regale algo distinto. Algo nuevo.

El mundo se transforma ante sus ojos. Es un caleidoscopio... brillante, infinito. Se le ofrece, virgen, en incalculables formas y colores. Es el que siempre fue, pero al mismo tiempo nuevo, desconocido. Sale de su encierro y levanta vuelo. Con el ímpetu de quien esperó por años la oportunidad, se lo lleva por delante. Lo prueba, lo explora, lo disfruta, lo explota. Aprovecha al máximo todo lo que éste le regala. Se anima a vivir de verdad, quizás por vez primera. Agradece.

En los colores que anhelaba, que veía brillantes, ahora encuentra monotonía. En las formas, homogeneidad. Lo que alguna vez soñó, libertad, vida, ahora lo tiene. Le resulta indiferente. Se sabe dueño del mundo. Orgulloso, levanta la cabeza y se desentiende. Sabe qué debe hacer, pero desdeña.

El mundo se vuelve vértigo, nausea. Mira a su alrededor desesperado, sin entender. Nada tiene sentido. ¿Por qué a él? ¿Por qué ahora? Maldice al cielo. Maldice a quien lo sacó de su ¿injusto? encierro. Maldice cada imagen que pasa por su cabeza. El mundo es ahora duda, llanto. Es arrepentimiento, rezo. Ofrece su alma. Ruega perdón a los dioses que desafió -¿por última vez?- momentos antes. No le responden. Al fin, entiende las consecuencias de sus actos irreflexivos. Entiende que tuvo el cielo, el viento, el mar, y eligió la nada. El momento llegó, inexorable, casi sin avisar. ¿O acaso le había avisado a gritos, pero él no supo escuchar? Acepta su suerte y se entrega a la caída.

Ícaro

Dédalo lo vio desplomarse, en cámara lenta, hasta chocar contra el mar. Desvió la vista y, llorando de impotencia, siguió su vuelo hacia Sicilia.

jueves, 24 de marzo de 2011

Jueces en Berlín: dos caras

Este es un texto que encontré en internet alguna vez, no me acuerdo en donde. Por suerte el libro estaba citado, así que les copio la cita. Hace tiempo que lo guardo buscando una buena razón para compartirlo. Fue objeto de comentario en la clase de Administrativo de ayer, que me lo trajo a la memoria, aunque con consecuencias nefastas.

Palacio de Justicia, Berlín

Contaba que, allá por el siglo XVIII, en Potsdam, el Gran Rey Federico II, jinete en imperial montura, encabezando un grupo de nobles cortesanos, cabalgaba por los límites de su parque de Sans Souci, lugar donde se detuvieron.

A corta distancia, el Rey divisó un bien constituido molino de viento en el que vivía Arnaldo –El Molinero- hombre honesto y orgulloso de su propiedad, adquirida a lo largo de años de tenaz esfuerzo.

Bien es sabido que el capricho de los príncipes no tenía límites y, por ello, de inmediato quiso Federico comprar a Arnaldo su molino, tal vez para dar a su parque de Sans Souci unos metros más de extensión, o quizá para mostrar a sus cortesanos de manos pálidas e inútiles, lo que siempre había desdeñado mirar: un instrumento de trabajo.

Habiendo hecho llamar el Rey al molinero, quien prestó salió del molino restregándose ambas manos en el delantal que cubría sus sencillas vestimentas.

-Arnaldo, me han dicho que este molino es tuyo. Quiero comprártelo-
-Mucho me temo, Señor -contestó Arnaldo- que el molino no está en venta-

Capricho de príncipe y orgullo de hombre humilde que ha ido acumulando las piedras de su molino con blanca harina y pan rubio –conflicto de intereses sin lugar a duda-.

Entonces, el Rey gritó: 

-¡Cómo! ¿Es acaso que no comprendes la gracia real de que eres objeto? ¡Si lo puedo tomar sin pagártelo!-

Arnaldo, con inusitado aplomo y profunda serenidad, respondió al jerarca:

-Sí, señor, pero aún hay Jueces en Berlín-

Los versos Andrieux, que tan magistralmente describen también el episodio de Potsdam, afirman que, en aquel momento la cólera de Federico se disipó, feliz de hallar en Prusia a alguien que creyera en la justicia.

Tiempo después, el hijo del molinero quiso cederle la propiedad al Rey, pero entonces el monarca contestó:

-Vuestro Molino no es vuestro ni mío, pertenece a la historia-

(Laurosse, Les fleurs historiques, citado por María Graciela Reiriz en Reponsabilidad del Estado)

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Casi un cuento de hadas jurídico. 

En la clase de ayer, TH hablaba con sarcasmo de que a medida que van pasando los años, menos gente le entiende los chistes. Entonces preguntó si alguno de los alumnos alguna vez había jugado a la "prenda". Se levantó alguna mano, de gente bastante mayor que el promedio de edad del curso.  

- ¿Qué pasaba cuando uno no cumplía la prenda?- interrogó.
- ¡Se iba a Berlín!-

(Confesión: yo conocía el concepto por aquella canción de chiquititas (!). Matenme. Listo, sigo)

- Digame, niña, y alguna vez se preguntó por qué "¿se iba a Berlín?"-
- No, la verdad que no-
- ¿Por qué no a París, a Praga, o a Roma, ciudades que son mucho más lindas que Berlín?-
- No tengo idea, nunca se me ocurrió-
- Eso es porque nunca estudió derecho administrativo-

Entonces contó la anécdota que abre el post, pero cerrándola con una sentencia fatal, inapelable, que le cambió absolutamente el sentido al Disney tale que yo tenía en la memoria.

- ¿Sabe que pensó Federico, cuando el molinero le dijo que todavía había jueces en Berlín? "Vaya a Berlín todo lo que quiera, no le va a servir para nada. Yo soy el Rey, y a esos jueces los puse yo". A Berlín es a donde van los tontos, de ahí que al que pierde el juego se lo mande a Berlín-