miércoles, 12 de enero de 2011

El periodismo y el Leviathan

Hobbes llamó al estado Leviathan, un monstruo bíblico gigante, símbolo de lo poderoso y lo feroz. El estado absolutista, tal vez, podía dar una buena impresión de a qué se estaba refiriendo. Para frenar el poder ilimitado de ese estado absolutista se creó el Estado de Derecho. Se escribieron cartas magnas, declaraciones, constituciones. Se eligieron determinados lugares a los que el Leviathan no puede acceder, poniéndole un límite a su fuerza arrolladora. Los códigos penales son un buen ejemplo: la garantía del habitante de que todo lo que no está ahí escrito, no puede ser objeto de proceso ni pena. Ahí está lo prohibido, todo lo demás es libertad. 

El Derecho bajó al Leviathan de la categoría de monstruo gigante e invencible, a "terrible, pero manejable". El Estado sigue siendo más grande que cualquier individuo, más fuerte. Pero el origen de su fuerza no es la divina voluntad de quien lo guía, insusceptible de ser ignorada, sino los recursos con los que cuenta. El Leviathan no es fuerte porque es más, sino porque tiene más. Tiene el "monopolio de la fuerza legítima", pero eso a veces parece un título de cartón -¿o acaso no hay países con fuerzas armadas paraestatales tan importantes como la estatal? ¿Al que le pegan el tiro, le importa si la fuerza es legítima o ilegítima?-. Si el Estado tiene el monopolio de la fuerza es porque tiene la caja: ahí está la diferencia hoy. 

Y ahí es donde hay que revisar el paradigma. 

El Estado de mediados del Siglo XX no es el estado absoluto hobbesiano, pero sigue siendo más fuerte que los individuos que habitan en él, por una cuestión de escala económica. El Leviathan del Siglo XXI ¿tiene la misma característica? ¿No hay, acaso, privados con más recursos que el Estado?

En Prison Break (si no la vieron háganlo pronto) se hace referencia a La Compañía, una multinacional gigante que influye en los destinos de los dirigentes de Estados Unidos al momento de tomar las decisiones políticas más importantes. ¿Es esto una mera fantasía? ¿Puede la política actual ignorar lobbies y presiones de los privados, al momento de tomar sus decisiones?

Leyendo esta nota en La Nación pensaba un poco sobre el rol del periodismo que reivindica (y por tanto, asumo, dice estar haciendo) quien la escribe -Silvio Waisbord-.

Antes de pegarle, quiero destacar que la crítica en relación al uso de fondos públicos para fines partidarios (es claro en la nota que es este el eje de la crítica, a pesar de que da otras opciones de financiamiento) me parece sana. El uso del erario público para fines de propaganda es una práctica condenable desde todo punto de vista: la finalidad de los fondos públicos no es generar votos para el partido que gobierna. La pauta oficial sirve para hacer efectiva la publicidad de los actos de gobierno, no para mantener un séquito propagandista. Sin embargo, "6, 7, 8" no inventó nada, es una copia de programas previos que hacían exactamente lo mismo, pero al revés.

Volviendo a la nota, Waisbord propone unas reglas del juego bastante loables, pero que solo son valiosas sin todos los jugadores las respetan. Los medios privados no pueden ya ampararse en la arrolladora e invencible fuerza del estado para decir cualquier cosa. Ojo, Clarín y La Nación no son Novartis, ni Bunge; creo que es claro que, al menos hoy por hoy, no son asimilables a un Estado Nacional del tamaño del nuestro. Pero ambos tienen sus recursos. La campaña contra Clarín del gobierno actual hizo mucha mella en su credibilidad -es decir, trajo a la escena el tema de que lo que los diarios cuentan no siempre es verdad inmaculada-, pero sigue siendo el diario más vendido, y tal vez el formador de opinión más importante de la Argentina (¿después de Tinelli? estoy dispuesto a discutirlo).

Pablo Sirvén, el secretario de redacción de La Nación, se burla por Twitter (@psirven) de quienes dicen que su diario ejerce la crítica en forma desmedida, con un catch phrase bastante ridículo, propio de una serie de los 90'. Escribe "¿Quién dijo que La Nación no publica buenas noticias?" con un link atrás, de alguna presunta cosa simpática. Lo hizo siete veces en sus casi 400 tweets de este año. Siete buenas noticias en doce días, ¿no serán pocas? 

Hay que ver además, el contenido de esas buenas noticias. "Fue record la venta de autos", pero el aumento de la venta se produjo sin participación del crédito. "La banca argentina cerró su mejor año en toda la década", gracias a la inflación, pero no olvidar que por efecto de ésta el crecimiento real no es tan importante. "Subieron 18% el año pasado las ventas de juguetes", pero sigue siendo inferior a la de 2008, y los jugueteros se quejan de la administración en relación al procedimiento de importación. Etc, etc, etc. En el fondo, esas buenas noticias del 2011, parecen ser todavía menos que siete.

Me imagino que la mayoría de los lectores de La Nación, o de Página 12 lee algún otro diario. No sé si se puede decir lo mismo de los lectores de Clarín. Pero la elección de la Tribuna de la Doctrina como blanco fue al azar: en alguna dirección, todos los diarios hacen lo mismo. Y es por eso que a veces es bastante complicado saber que es y que no.

El caso del presupuesto de la Corte es paradigmático. El CIJ (la agencia de noticias de la Corte Suprema) informó acá que el PEN le recortó el presupuesto para 2011 en un 40%. Este recorte, bastante violento a la vista, había sido en realidad, sobre lo pedido por la CSJN para ese año. Sin embargo, respecto del presupuesto 2010, el nuevo presupuesto preveía un aumento de casi el 20% para el Poder Judicial. Si buscan los diarios de esa fecha, verán que mientras los opositores omiten el dato del equívoco lingüístico en el uso de la palabra "recorte", los oficialistas critican las "mentiras" de la Corte.

Volviendo, Waisbord dice que "el periodismo siempre informa desde un lugar determinado, no desde un utópico Olimpo alejado de la vida política y moral de la ciudadanía. Reconocer esta situación no implica abandonar la idea de que el periodismo debe procurar mantener distancia frente a los gobiernos y ser crítico de los dogmas perpetuados por quienes recitan sus verdades"

Pero esto es tocuen. Tocuen es cuento (?). El periodismo no tiene que mantenerse distante solo de los gobernantes. Pareciera, según Waisbord, que el periodismo debe ser siempre crítico del gobierno de turno (cosa que comparto), pero está justificado si no hace lo mismo con los privados.

Tal vez en la Argentina no es una preocupación actual. ¿Pero qué pasa cuando una multinacional con recursos similares, o superiores, a los de un Estado Nacional se le para a éste en contra? Seguramente, de acá a 50 años, podamos ver muchos casos de ese estilo. Y probablemente, en un caso así, la linea de moralidad del uso de los fondos públicos para fines de propaganda se vea un poco desdibujada. Ahí habrá que ver qué es peor, si la crítica tendenciosa al Estado con vista gorda hacia el resto, o la inversa.

¿Llegaremos a ver el día en que la serpiente monstruosa sea una lombriz en el anzuelo de algún pescador gigante? Tómenlo con pinzas, es una reflexión light y con sueño. Lo charlamos con un café.

10/10, arrolla (?)

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