viernes, 9 de julio de 2010

Desvelo

Subió a la camioneta, y se abrochó el cinturón de seguridad. Eran pocas las normas de tránsito que todavía respetaba. Encendió las luces, giró la llave y arrancó. Manejaba rápido. Se sintió exhausto. "No mires el camino, el camino es hipnótico... mirá siempre a los autos de adelante" parecío recordarle una voz familiar. Levantó la vista. En la calle no había un alma. Un perro cruzó la calle, a lo lejos. "Demasiado rápido", pensó, "para nada". Llegar ni siquiera le importaba. Entró a la bocacalle, sin pisar el freno. Manejaba con un sólo cambio, un sólo pedal. No miraba el camino, ni hacia adelante. Ni nada... sólo pensaba. Bordeó la plaza. La ruptura de la monotonía, en forma de verde, le recordó que manejaba. Vio dos mujeres esperando el colectivo. "Hace frio", pensó. Cruzó el cuarto semáforo en rojo. Hacía meses que no frenaba en uno. La idea lo divirtió. Vagamente, recordó la semana, la entrega, el exámen, el trabajo. Vio venir una moto por la cortada. Invadido de adrenalina, aceleró y cruzó. La radio sonaba alto, pero distorsionada. Mal sintonizada, creyó. Después de un rato, cayó en la cuenta de que conocía la canción. Escuchó las sirenas. "Una ambulancia", pensó, "O la policía". Miró los espejos buscando las luces. No las encontró. Se le ocurrió una idea, algo para escribir. Trató de retenerla. No pudo. Los párpados le pesaban. Nada tenía sentido. Sirenas, de nuevo. Se había distraído, pensó, pero nunca había dejado de escucharlas. Volvió a buscar las luces. De nuevo, no las encontró. Descubrió que, hacía rato, no veía más que oscuridad.

El dolor lo abrumaba. El cuello, la espalda, el pecho, las manos. Las luces lo enceguecían. Voces retumbaban en su cabeza, pero no sabía distinguir las palabras. El cuerpo, aura carmesí, justo adelante, en el suelo. El frío del metal en sus muñecas le trajo consciencia de la propia situación. Comprendió, finalmente, las consecuencias inminentes de sus actos.

No le importó.

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